Todas las mujeres son iguales

¿Conoces mayor depresión que la de un cuarto de hotel? Quizá la de la propia casa. Me gusta que me lleven de paseo. De noche, de madrugada, soy andariega, como los gatos. Lo único que me deprime un poco es el café con leche, con pan y manteca, a la mañana temprano, en un bar recién abierto, con las sillas patas arriba, sobre las mesas, y un lavacopas fregando el piso; pero como es una prueba de que pasé la noche fuera de casa, lo tolero bien.
La odié mientras la escuchaba; sobre todo, cuando declaró:
–Si me devuelves a casa ¡te odio! ¡te odio! y muero de depresión.
Ya lo dije muchas veces: junto a las mujeres, la vida es una milicia; una  milicia que debiera ser obligatoria para la juventud, pues completa la educación y forma el carácter; por ella triunfamos de nuestras debilidades y, lo que es más importante, aprendemos a cuidar el detalle personal, a atender la cama, a preparar el té.

Las olas

Llevo la impronta de la vida no externamente, sino en el interior, en la carne desprotegida, blanca, vulnerable. Estoy abrumado y me duele la impresión de las mentes de otros y sus caras y otras cosas tan sutiles que tienen olor, color, textura, sustancia, pero no nombre. Soy simplemente «Neville» para ti, que ves los estrechos límites de mi vida y la línea que no puedo cruzar. Pero para mí soy inconmensurable: soy una red cuyas fibras se adueñan imperceptiblemente del mundo. Mi red casi ni se distingue de lo que apresa. Atrapa ballenas: enormes leviatanes y blancas medusas, lo amorfo y lo errante. Detecto, percibo. Ante mis ojos se abre…un libro; veo hasta el fondo, el corazón…, lo más hondo. Sé qué amores arden, cómo los celos disparan sus destellos verdes en esta o en aquella dirección, con qué fatalidad amores frustran amores, cómo ata el amor, con qué brutalidad deshace nudos. He estado atado, me han desatado.

(Virginia Woolf)